domingo, abril 25, 2010

"Y los espíritus inmundos, al verlo, se arrojaban a sus pies y le decían: Tú eres el Hijo de Dios". Marcos 3, 11



En 1865, Charles Lutwidge Dogson, matemático amante de los títeres, la criptografía y el ajedrez, pasa al papel la historia narrada a la pequeña Alicia en un viaje al campo, firmándola bajo el seudónimo de Lewis Carroll. Este curioso libro inventa en El País de las Maravillas, un mundo “sin sentido” que es el desdoblamiento de una realidad alterna, a la que sólo se puede tener acceso a través de un hoyo de conejo. Ese conejo, resulta ser, a lo largo de la historia, un guía involuntario; es justamente él quien, sin pretenderlo, posibilita la entrada de Alicia a una nueva lógica, totalmente independiente (y escondida) de su lógica cotidiana, aunque no por eso menos existente.
“Los hechos en el espacio lógico son el mundo” dice Wittgenstein en su Tractatus. Sin pretender abarcar la complejidad de esta proposición, pero aprovechando un poco de la luz que arroja, tomándola así en aislado, podemos considerar al espacio lógico como el espacio pensado, es decir, que los hechos en el espacio pensado son el mundo. El espacio pensado, el mundo, es lenguaje, ya que esta es la forma en que se constituyen los pensamientos. Entonces, los hechos en el espacio pensado, que es el espacio del lenguaje, son el mundo; el mundo humano, cabe aclarar, pues al mundo objetivo, natural , no tenemos acceso. Pero el lenguaje no es fijo, es más bien un proceso, que sufre constantes cambios y tiene una ilimitada capacidad para permutar, cambios que despliegan en la realidad humana una infinidad de mundos posibles. Así, El País de las Maravillas es un mundo tan posible, dentro de su lógica, como Londres, Querétaro, Camboya, o cualquier lugar al que pertenezca Alicia, el truco para penetrar en él, es ser capaz de seguir al conejo blanco cuando aparece.
Circunscritos a nuestra lógica cotidiana, atrapados en ella, somos como los prisioneros en la caverna de Platón, conocemos sólo las sombras de lo que podría ser, lo inmediato, mientras que afuera se abre la posibilidad, otros mundos y otras realidades que se ordenan de manera diferente. Sin embargo, no es una lógica individual, este mundo cotidiano se sostiene y desarrolla gracias a que es compartido, y los principios a los que obedece, como se dice, contienen desde su origen la semilla de su destrucción. Nuestra lógica cotidiana se desprende del pensamiento grecolatino, la filosofía y la ciencia abrieron paso al actual pensamiento técnico instrumental, que alimenta el consumo del mundo, y se ha tornado en contra de la vida humana. El hombre se ha vuelto esclavo de sus productos, el País de las Maravillas resultó ser El Mundo de las Máquinas, y la caída de la promesa del progreso no sólo trajo nihilismo con ella, sino la amenaza concreta en contra de la integridad humana, facilitada por el consumo desmedido.
En este marco, sin embargo, siempre queda la posibilidad de encontrar al conejo blanco y acceder a un nuevo pensar para crear un mundo diferente. En nuestro país, un claro ejemplo de careos con un pesar distinto, lo encontramos en Juárez, que tomó la vía masónica, retando a la tradición eclesiástica, para lograrlo. Se abrió a otro mundo, y descubrió la enorme influencia que ciertas cofradías podían tener sobre la organización mundial.
La masonería llegó a México durante la primera década del siglo XIX, jugando un papel crucial en su historia. Tras la Independencia, se divide en los que integraban el Rito Escocés, mayormente criollos que deseaban mantener su posición privilegiada, apoyados por un gobierno centralista; y los integrantes del Rito de York, mestizos en su mayoría, que apoyaban a una organización Federativa. Pronto los principios masónicos, que apuntan al perfeccionamiento del hombre a través del conocimiento y el libre pensar, se pervirtieron politizándose, e incluso Juárez, que en ella se había apoyado para realizar la Reforma, terminó convirtiendo a la Logia, como dice José Luis Trueba, en una “organización subsidiaria de la Presidencia”, pasando por encima de sus preceptos, haciendo gala de los Poderes Extraordinarios.
Actualmente, la “democratización” del país ha disminuido considerablemente el poder de la masonería en México, algunos como Trueba, incluso consideran que está destinada a desaparecer. Este fue sin embargo, el pensamiento que a lo largo del siglo XIX, primó en la política mexicana, y, amparándose en una lógica que no compartía el resto del país, intentó crear un mundo.
Entonces ¿Cómo aparece ahora el conejo blanco? A mí me parece que bajo la forma de la participación ciudadana, es decir, ahí donde la sociedad piensa el espacio público a partir del cual crea un sentido existencial. Habitando el espacio público, comprendiéndolo en su devenir, en lugar de intentar poseerlo y dominarlo, nos acercaremos más a la idea hedeggeriana de un nuevo pensar, como respuesta a la máxima “ahora sólo un Dios puede salvarnos”

viernes, febrero 26, 2010

Warning: El hombre puede contener elementos inflamables



“Si miras durante mucho tiempo al fondo del abismo, el abismo terminará por entrar en tí"

F. Nietzche

Una verdadera experiencia mística conmueve el sistema de creencias de la persona que la vive e implanta una nueva ética, no es algo que le suceda a cualquiera, al menos no de primera mano, porque se requiere de cierta sensibilidad, cierta disposición, de una apertura a los signos, es decir, de cierta capacidad de lectura de lo que acontece. La experiencia mística no requiere de demostraciones, no necesita ser evidente, puede serlo, pero debe ser, a la par y primordialmente, una experiencia íntima, una conexión personal con algo del orden de lo absoluto, de lo trascendente, de lo que nos confronta con la cuestión misma de nuestra existencia y nuestro lugar en el mundo y en la historia. En eso se parece a los ideales, ellos también cimbran lo más íntimo, reordenan la jerarquía de valores de la persona en la que se gestan, y en las que tienen contacto con ellas; los ideales también nos cuestionan y nos demandan una nueva ética que se traduzca en nuestro actuar cotidiano. Esta ética, al difundirse e ir siendo cada vez más aceptada por una sociedad, al irse convencionalizando, va formando estructuras que probablemente la institucionalicen, y así, se vuelve una forma de regulación para esa sociedad en particular. Una vez institucionalizada, se convierte en regulación, en ley, y la ley queda sujeta al liderazgo o al poder, que es quien la aplica, quien vigila su acatamiento. El poder también reordena la jerarquía de valores, y muchas veces, ese nuevo orden termina oponiéndose al sistema ético que nació de los ideales. Lo importante es que, cualquiera que sea el sentido que haya tomado el sistema de valores que interiorizamos, si realmente lo interiorizamos, si en verdad nos lo creemos y llegamos al punto de encarnarlo, se vuelve tan parte de nosotros, que es imposible resignarlo. No podemos ya renunciar a él porque se ha disuelto en nuestra esencia, nuestra existencia se reconstituye en función de ese sistema y nos dirige, porque se convierte en una energía que pulsa más allá de nuestra vida presente, en una palabra, trasciende lo concreto de la vida. Es por eso que tanto a los más elevados místicos, como a los idealistas aguerridos y a los tiranos, generalmente los termina consumiendo su propio fervor, los cocina por dentro no poderse deshacer de esa flama que se ha convertido en el nuevo motor, o el nuevo sentido, de su existencia.
Renunciar al poder es tan difícil como renunciar a las consecuencias de la experiencia mística, y el impacto de ambos puede ser tan importante, tan profundo, que la personalidad, el “yo”, comienza a retraerse, se adelgaza hasta perder el puesto de mando. Esta novedad que se le impone al yo puede tornarse inflexible, intolerante a veces, más comúnmente lo vemos cuando nos referimos a esa cualidad enajenante del poder, pero la experiencia mística, al menos cuando está en curso, cuando se presenta, requiere también cierto replegamiento del yo, y la persona en sí pasa a segundo término. Ni el poder ni la experiencia mística en curso admiten perturbaciones, ambos forman una oposición decidida ante el entorno, y creo que estamos autorizados para pensar que los ideales, cuando necesitan ser defendidos para romper con lo dado, también adoptan una forma de intransigencia. Los tres requieren mantenerse en su forma más pura en ciertas circunstancias. Pero cuando esta flama se levanta tanto que rebasa el límite del compromiso, cuando se enciende tanto que una actitud congruente con ella ya no le basta y pretende mantener su pureza indefinidamente, entonces chamusca al yo y pierde el contacto con el mundo circundante, o más bien, se extiende tanto que en lugar de brindarle mayor calidez, lo incendia. Es fácil identificar esos incendios, y es dramático, como en cualquier siniestro, observar lo que dejan tras de ellos. Su entorno, sus móviles (es decir, las personas que usaron para tomar cuerpo), y sus fines, todo queda en cenizas, carbonizan eso que en algún momento iluminaron y a lo que le dieron calor.
Este es un riesgo presente en todo aquel que es capaz de una visión que sobrepasa lo inmediato, es como un estigma de los que quieren trastocar el orden preestablecido, porque cuelga sobre su frente el elemento que al mismo tiempo que les abre el tercer ojo, posibilita la incandescencia. Así, la gente con esa predisposición que les permite un acercamiento especial con El Sentido de La Vida, está permanentemente jugando con fuego, y aunque sabemos lo peligroso que es eso, yo opino que vale la pena correr el riesgo. Me parece mucho más riesgoso conformarse con una vida insípida.

viernes, octubre 16, 2009

El trabajo nos tortura?


La palabra “trabajo” viene del latín tripalium, un instrumento de tortura del sigo VI, que constaba de “tres palos” de los que se ataba al reo para azotarlo. El sentido recaía del lado del sufrimiento, anudándose más al acto de producirlo, que a los medios a los que se recurría para hacerlo. Una serie de cambios comenzó a darse entonces, y la palabra tripalium derivó inicialmente tripaliare “torturar” y, posteriormente, “trebajo” que sería “esfuerzo”, “sufrimiento”, o “sacrificio”. Aparentemente, una segunda etapa de esta evolución cada vez más metafórica, dio lugar al sentido de “penalidad, molestia, tormento o suceso infeliz” que podría fácilmente ligarse a la noción de “trabajo” que tenían los primeros que realizaron una labor retribuida, a ellos sí que les costaba ganarse la papa, literalmente, pues el trabajo en el campo requiere de un esfuerzo físico tan intenso, que llega a ser dolorosísimo. Para mí, saber esto le da una dimensión diferente al trabajo diario ya que, considerando los terribles orígenes de la palabra, podemos decir que sus alteraciones han tomado una dirección progrediente, y que sin duda es peor estar amarrado a tres palos y siendo golpeado, a trabajar la tierra. Luego, trabajar en una oficina, que está bastante después en esta lógica, deja de sonar tan desalentador, sobre todo si pensamos que tal vez se acerca la siguiente variación metafórica de nuestra palabrita. Pero ¿de qué depende? Probablemente estos cambios, estos diferentes matices que van tintando un concepto tan solidario con la historia y, en todo caso, con nuestra vida cotidiana, no se hayan suscitado tan arbitrariamente, y aunque difícilmente podamos atribuírselos a un agente específico, la tendencia humana hacia el autoconocimiento definitivamente ha jugado su parte en ellos. Sin embargo, no ha sido suficiente, y el trabajo no termina de perder su tortuosa connotación, aunque me parece que a esta altura, estamos en posición de agregarle intencionalidad al asunto y darle el punch que necesita. Veamos el panorama: somos los nietos de los hombres que soportaron toda la responsabilidad económica de familias grandes, y de mujeres que se dedicaron exclusivamente a quedarse en su casa, con sus hijos. Somos los hijos de los matrimonios divorciados en los que se le demandaba incesantemente al papá, y la mamá salió a trabajar, mientras nosotros pasábamos por el psicólogo. Somos los que, abrumados con tantas opciones nomás no sabemos que elegir, y muchas veces no le atinamos ni a nuestra carrera. Somos los hombres reticentes que, por una suerte de inconsciente colectivo, resienten el peso de la responsabilidad económica que tradicionalmente ha caído sobre ellos, y somos las mujeres inquietas que se sintieron intrigadas por la novedad de salir de sus casas. Somos la generación de la confusión de roles, de la adolescencia hasta los 30, de la mota más o menos bien vista, y de la peda de cajón todos los fines de semana. Somos finalmente, la generación que se guía por el Principio de Comodidad, y yo creo que justamente a partir de ese principio, podemos empezar a buscar la forma de aportar algo a una nueva noción de “trabajo”.
¿Porqué sufrir la actividad que se lleva la mayoría de nuestro tiempo en vigilia? Sobre todo si consideramos la cantidad de cosas que pueden salir mal en la vida, la cantidad de gente que podemos perder y la cantidad de fracasos que podemos tener. Es decir, si un día despertáramos en la peor de las situaciones imaginables, lo último y más seguro a lo que podemos recurrir para salir adelante, es a eso que sabemos hacer y que nos reditúa, es lo que más depende de nosotros, alguna actividad cotidiana que nos movilice y nos alimente (física y anímicamente). Seguramente podemos encontrar alguna manera de imprimirle nuestra personalidad placentera y comodina al trabajo, para que cada vez sea algo más rico y más interesante, sin dejar de ser rentable, pasando así de ser un “suceso infeliz” a una “actividad satisfactoria”.

sábado, septiembre 19, 2009

En la uni


La Universidad de Buenos Aires, en la que estoy tomando clases, es muy política, incluso más que la UNAM, mucho más, y por supuesto totalmente apegada a la izquierda. Este discurso fundamentalmente revolucionario, con el que llevo ya unos años topándome, pero que en estas semanas he visto desenvolverse con tanto fervor, me ha motivado a poner en tela de juicio mi mentalidad con respecto a los movimientos de tenor revolucionario. En principio me inclino a pensar que no funcionan, yo soy más partidaria de una evolución que de una revolución. Se entiende como revolución “el cambio o transformación radical, súbita y profunda respecto al pasado inmediato, una ruptura del orden establecido o una discontinuidad evidente con el estado anterior de las cosas, que afecte de forma decisiva a las estructuras”. Y sin embargo, no hay nada más cíclico y repetitivo que las revoluciones, por lo que realmente no parecen un cambio, son más bien como una característica de la corrida histórica, una forma constante de reacción ante ciertas situaciones, no existe una discontinuidad real cuando hablamos de las revoluciones, porque, a grandes rasgos, todas siguen la misma lógica, y tienen la misma trayectoria (se va gestando una inconformidad, estalla la revuelta, se impone un nuevo poder que promete ser liberal y mejorar las condiciones de vida, se pervierte, se abusa del poder, y hay que iniciar una nueva lucha para quitar a “los liberadores” y así sucesivamente). La evolución, por otro lado, es un cambio lento, paulatino, de a poco, pero definitivo, toma más la forma de una espiral que de un ciclo, la evolución no retorna, como las revoluciones, sino que sigue caminando, despacito, y mientras que las revoluciones se caracterizan por la repetición, por los lugares comunes y los patrones a seguir, la evolución sólo puede existir por las diferencias, sólo puede considerarse como tal con base en su no retorno, en el cambio de lugar; por eso no hay “evoluciones”, es sólo una, “la evolución”. Así, tiendo a pronunciarme en contra de todo lo que pugne por un cambio súbito, prefiero un cambio estructural, porque dudo de la eficacia de los primeros, me parece que en general se dirigen con consignas de miras impositivas y cortoplacistas, ambas características impiden que sean cambios capaces de mantenerse, porque no echan raíz, terminan perdiendo el soporte del pueblo. Yo trato de ser una persona bastante más pragmática, y aunque también soy una idealista, creo con todo el corazón que para conquistar alguna parte de esos ideales, hay que tener siempre un pie en el cielo y el otro en la tierra, un ojo en tu sueño, y el otro buscando medios que lo hagan eficaz y viable, dándole la solidez necesaria para mantenerse vigente en el largo plazo. Por eso en general creo que las soluciones no las vamos a encontrar en vuelcos revolucionarios. Para mí la meta sería, en acción individual (porque también tengo que decir que yo soy fundamentalmente individualista, y el bien común me interesa básicamente porque en tanto que el otro esté bien, representa un problema menos para mí), que cada quien realizara su actividad cotidiana de la manera más satisfactoria posible (que cada quien haga lo que tiene que hacer, en el momento en que lo tiene que hacer), actuando por la vía de la legalidad, con un mínimo de cortesía común y conciencia ecológica. Nomás no veo cómo podemos llegar ahí por medio de una mentalidad revolucionaria, creo que esta sólo puede funcionar para provocar ciertos cambios imperiosos, para meter presión en ciertos ángulos en los que se requiere inmediatez, pero no veo cómo pueden instaurar algo funcional a largo plazo.
A propósito, unas fotos de mi facultad, en el que se pone sobre la mesa todo este discurso.

Metas

"Is so easy to laugh, is so easy to hate, it takes strenght to be gentle and kind"

The Smiths

La amabilidad es muestra inequívoca de integridad, de entereza, o en otras palabras, es el inevitable atributo de la gente completa, de una pieza, que no tiene grietas, y por lo tanto no se siente vulnerable, no necesita ponerse a la defensiva porque no se percibe en riesgo. La ambailidad es propia de una personalidad sólida, que responde con empatía, reconociendo en las reacciones del otro el temor a la posibilidad de quebrarse, por eso es también señal de buena memoria, porque todos hemos tenido algún área frágil; finalmente, es cuestión de elegancia, porque los desbordamientos de cualquier tipo restan clase, y la falta de cortesía sólo puede explicarse como un poco de bilis que, debido a que se está agrietado, no pudo ser contenida para digerirse, y se resbaló. Hay pocas cosas que deberían estar valoradas por encima de la amablidad, y sin embargo es rarísimo toparte con gente sinceramente amable; me cuesta mucho trabajo entender cómo, por el contrario, el trato indiferente, "dándote tu taco", parece el más apreciado, si la gente amable es gente cálida, y nada es más rico que salir de tu casa un día de frío, y que te caiga un poco de solecito que te caliente la espalda.

miércoles, agosto 26, 2009

Una tarde en la Feria de San Telmo


Desde hace 38 años, cada domingo a medio día, en la plaza Dorrego del barrio de San Telmo, se pone la feria de Cosas Viejas y Antigüedades (amé el nombre), y en verdad hace honor a su nombre, pues para obtener un lugar en ella, el propietario debe tener mercancía que sea, por lo menos, anterior a los años 70´s. Al rededor de la plaza se ven titiriteros, cantores de tango, bailarines, vendedores de empanadas y de almendras garapiñadas, todo encaramado entre la gente que no deja de fluir. Yo llegué cuando ya estaba perfectamente montado y completamente atiborrado de turistas, así que después de un rato de pasearme y tomar fotos, me sentí un poco cansada y me senté en el escaloncito de la puerta de una confitería de donde alcanzaba a ver perfectamente a unos bailarines de tango acompañados por una orquestita. Pasada una media hora llegó Pedro, un señor como de 65 años, bajito y sencillo, que venía cargando una mochila; se acercó a mí y comenzó a sacarme plática, me preguntó de dónde era, a qué venía y cosas así, luego se quedó viendo a los bailarines y me preguntó si bailaba tango, yo le dije que no pero que me gustaba mucho bailar, entonces él me ofreció la mano y me sacó a bailar, ahí en la banqueta, unos tangos y unas milongas. Excelente maestro, en verdad puedo decir que bailé tango, me dio dos o tres tips, y al segundo ya me sentía yo toda una experta, y bailé con tanta confianza, que se comenzó a formar un círculo de turistas tomándonos fotos. Al final de la tarde había fácil 70 personas viéndonos, sentí increíble ¡qué bueno que no me dio pena!